A la memoria de Aurel Vainer
Con la partida de Vainer será casi imposible en Rumanía encontrar a un exponente del vibrante universo judío que los nazis y sus socios húngaros y rumanos devastaron y los comunistas remataron.
Con Aurel Vainer, después de entrevistarle en su despacho.
El pasado domingo murió a los 89 años de edad el que fuera durante la mayor parte de lo que va de siglo XXI presidente de la Federación de Comunidades Judías de Rumanía y diputado representante de la minoría judía rumana en el Parlamento. Aurel Vainer nació en 1932 en el seno de una familia de comerciantes en un shtetl llamado Stefanesti del noreste de Rumanía. A los nueve años tuvo que ver cómo un comando de la Guardia de Hierro entonces en el poder visitaba a su padre en casa para informarle de la expropiación, en aplicación de las llamadas leyes de romanización, de todas las propiedades de la familia. “Mi padre se derrumbó y ya no volvió a ser el mismo”, me dijo Vainer en una entrevista que le hice hace menos de un año, con motivo de su retirada de la vida pública. Vainer y sus seis hermanos, todos mayores que él, trabajaron desde niños para sacar adelante a la familia. Pese a las dificultades, la determinación de su madre dio a todos ellos una educación que después permitiría a Vainer tener una carrera exitosa como economista durante el comunismo. Antes, Vainer había sido sionista, y estuvo a punto de emigrar a Israel. Después de que los soviéticos liberaran el país de los nazis, Rumanía vivió un momento de ebullición de los movimientos sionistas, que empezaron a organizar la emigración de muchos judíos a Israel mientras formaban a los más jóvenes con todo tipo de actividades. A los 12 o 13 años de edad, como integrante del grupo sionista de izquierdas Dror Habonim, Vainer se enroló en un kibutz construido en la costra rumana del Mar Negro para preparar a futuros olim (inmigrantes judíos a Israel). “Vivíamos una vida colectiva y nos ganábamos la vida descargando madera de los barcos que llegaban al puerto”, recordó Vainer con cariño. La idea del kibutz junto al mar era estar cerca del puerto de Constanza para subir al primer barco con destino a Israel. Cuando al final llegó ese barco, un grupo de afiliados a la organización títere del nuevo régimen comunista dentro de la comunidad, el Comité Democrático Judío, utilizó su influencia para subir a bordo en lugar de los jóvenes sionistas de Dror Habonim. Vainer y sus camaradas se quedaron en tierra. Al poco tiempo, el régimen comunista prohibió por completo la emigración de los judíos, que no se reanudaría hasta muchos años después, cuando Vainer ya tenía la vida montada en Rumanía y había decidido quedarse. Cuando le pregunté si lo lamentaba me dijo que él cree en Dios y en el destino de las personas. “He aceptado mi suerte”, dijo con más amor que resignación, para después empezar a hablar con entusiasmo de la “misión” como judío de la diáspora que le encargó Dios. A la caída del comunismo en 1989, Vainer fue nombrado vicepresidente de la Cámara de Comercio rumana. Su experiencia y sus contactos al más alto nivel hicieron que la comunidad judía le nombrara presidente en 2005. Un año antes, Vainer había sido elegido para representar a la comunidad como diputado en el Parlamento, que asigna cada legislatura 18 escaños a otras tantas minorías históricas presentes en Rumanía. Su apuesta infatigable por la concordia fue, quizá, el rasgo más representativo de los tres lustros de Vainer como líder de la judería rumana. Gracias a su carisma personal, y ayudado por su trabajo de diputado, Vainer cultivó excelentes relaciones con todo el arco parlamentario, incluido el Partido de la Gran Rumanía del trovador de Ceausescu reconvertido en líder de la derecha antisemita más rancia Corneliu Vadim Tudor. La sintonía de Vainer con los sucesivos gobiernos contribuyó a que el Estado rumano contribuyera a renovar y salvar del derrumbe las muchas sinagogas y cementerios que se rehabilitaron durante su mandato. De los 800.000 judíos que llegaron a vivir en Rumanía antes del nazismo, la mitad fueron asesinados en el Holocausto y la otra mitad emigró durante la época comunista a Israel, Europa Occidental o Estados Unidos. Hoy quedan en Rumanía menos de 10.000 judíos, pero la comunidad debe hacerse cargo de 86 sinagogas y más de 850 cementerios, que a menudo están situados en lugares remotos donde hace mucho que dejó de haber judíos. Implicar al Estado, como hizo Vainer, era, pues, la única forma de salvar todo este patrimonio. Vainer fue enterrado el martes con honores militares en el cementerio judío de Filantropía de la capital rumana. “Con él se muere toda una época”, me dijo uno de los asistentes al entierro. Con su partida será casi imposible en Rumanía encontrar a un exponente del vibrante universo judío que los nazis y sus socios húngaros y rumanos devastaron y los comunistas remataron. Cuando le entrevisté por primera vez hace más de diez años, Vainer me dijo algo que he intentado recordar siempre: “En la vida haz las cosas con pasión, pero sin angustia.” Fue una de las muchas enseñanzas que deja este hombre bueno que nunca sucumbió a la tentación del odio e hizo mejor la vida de muchos. (Les dejó también el obituario de Vainer que escribí para la Jewish Telegraphic Agency, aunque casi toda la información que lo compone la he escrito ya aquí.)