Apartheid israelí, Whoopi Goldberg y una comunicación para 'cuñados'
Amnistía tiene razón en una cosa. Si no hubiera judíos en Tierra Santa se acabaría el apartheid. Imaginemos por un momento que Israel se retira de toda Cisjordania. Más pronto que tarde, Hamás tomaría el poder igual que hizo en la franja de Gaza. Los primeros damnificados serían los llamados colonos. Algunos serían pasados a cuchillo por los militantes antiapartheid de Hamás. Los demás correrían a refugiarse en Israel proper. Pero los problemas de Amnistía con Israel no terminan en Cisjordania. Amnistía considera que Israel es una democracia-apartheid que privilegia a los judíos sobre los árabes también dentro de sus fronteras. Todo esto quedaría desmentido si Israel aceptara el retorno de los hijos y nietos de los árabes desplazados en una guerra de hace ya muchas décadas y los palestinos se convirtieran en mayoría. Esta mayoría podría elegir un gobierno árabe, preferentemente de los Hermanos Musulmanes como ocurrió cuando floreció la democracia en Egipto. Es posible que en Israel siguieran existiendo un apartheid (esta vez con los judíos como ciudadanos de segunda) que seguramente no denunciarían ni HRW ni Amnistía. Pero las cosas no tardarían en arreglarse. Los apartheid de los países árabes son bastante más efectivos que el de Israel en deshacerse de poblaciones no deseadas y los israelíes judíos pronto emprenderían el camino hacia un nuevo exilio en Estados Unidos y Europa. De esta forma no sólo dejaría de haber un apartheid en Tierra Santa. A los judíos se les daría una oportunidad de purgar un white privilege exacerbado (¿qué no es en los judíos exacerbado?) por el que ya han empezado a pagar en los campus universitarios y las ciudades occidentales.
A propósito de esto último, y de los recientes comentarios de Whoopi Goldberg -el Holocausto “no fue una cuestión de raza”, sino “dos grupos de blancos” matándose. Como ha escrito Ben Shapiro en twitter, la idea que promueve Goldberg no es un matiz inocente. Sirve para allanar el camino al nuevo antisemitismo de izquierda. Si los judíos son blancos no pueden ser una minoría oprimida. Si son blancos son culpables y discriminarles no es fascismo, sino justicia. Hay que leer este ensayo de Pamela Paresky para ver cómo esta lógica ya funciona a pleno rendimiento en los campus de USA. (A los judíos de izquierda que hoy ponen el grito en el cielo por esto hay que preguntarles si este perverso juego de culpas estaban bien cuando sólo se les aplicaba a los afrikáners, a los católicos, a la white trash, a los votantes de derecha y a los cazadores.)
Todo esto me lleva a una reflexión sobre qué debemos hacer ante trabajos de propaganda como el de Amnistía (desmontado aquí con el método tradicional). Aceptar la carga ultra-negativa que la izquierda le ha dado al término apartheid es su primera victoria. Pero asumamos su inevitabilidad. ¿Debemos perder tiempo argumentando con buena fe contra un material lleno de mentiras, omisiones interesadas y medias verdades que está regado de adjetivos maliciosos y nos hurta todo el contexto? Yo creo que no. Hacerlo es aceptar un marco de discusión en el que sólo podemos perder. Porque ningún país resiste ante la opinión pública el análisis minucioso al que se somete a Israel. Por eso yo sugiero superar la fase en que nos esforzábamos en corregir a este tipo de adversario con pruebas y razonamientos lógicos que no les interesan y que nos dirijamos únicamente a lo que los intelectualoides elitistas llaman despectivamente cuñados. La clase intelectual, desde el periodismo a los académicos y el profesorado, tiene el cerebro frito de tanta abstracción y tanto perjuicio. Sólo los cuñados están dispuestos a cambiar de opinión. O, mejor dicho, todo aquel que mira a la realidad sin subterfugios, y por tanto puede cambiar de opinión, es descalificado inmediatamente como cuñado. Y ¿cómo se comunica para cuñados? Con hechos y comparaciones. Con fotos, por ejemplo, de cómo tenían los jordanos la Jerusalén vieja que ahora tanto anhelan los árabes. Con fotos de lo que era Eilat hace menos de cien años y lo que es ahora, pero también de qué han hecho los regímenes fanáticos que denuncian a Israel con sus carreteras y sus ciudades. Y con preguntas. ¿Vamos a sabotear en nombre de la democracia a ese faro de vida y conocimiento que es Israel para añadir al mapa otro Estado árabe corrupto, violento y fracasado? Ahorrarse esfuerzos en batallas perdidas para dirigirse a los cuñados tiene innumerables ventajas. Una de ellas es que sólo la gente que a los progres les merece la etiqueta de cuñado es capaz de asumir las responsabilidades y enfangarse por lo que quiere y defiende. Porque, ¿qué puede esperarse de quien traiciona a sus propios ojos para que no le llamen paleto o le digan facha? El cuñado es la antítesis de estas fashion victims que sacrifican la lógica por la imagen. Es un liberto de la tiranía estética al que la izquierda no puede someter y quiere desactivar con la etiqueta.