El frente occidental
Aunque muchos no lo sepan en España, donde los medios tratan la guerra por su supervivencia que libra Israel como la de un gigante cruel y caprichoso contra cuatro adolescentes palestinos con piedras, el Estado judío se enfrenta a la amenaza simultánea de siete enemigos que proclaman a diario el objetivo de su lucha: destruir a Israel matando a los judíos que haga falta para conseguirlo. Los más evidentes de esos siete frentes están en Gaza, con Hamás, y el Líbano con Hezbolá. Los otros cinco se encuentran en Irak, donde opera una larga lista de milicias títeres de Teherán; en Siria con el régimen pro-iraní de Asad; en Yemen con los hutíes que también luchan directamente contra el enemigo occidental (en concreto contra los barcos que hacen posible nuestra holgada vida). El jefe de la coalición está por supuesto en Irán, con el que Israel tiene abierto el sexto frente. Y un séptimo frente bulle constantemente en Judea y Samaria, o Cisjordania para los propalestinos, donde el Ejército israelí frustra casi a diario operaciones terroristas de distintos actores que acabarían materializándose sin la llamada ocupación.
Israel tiene, parece, un octavo frente abierto. Está situado en Europa occidental y se activa con cada vez más frecuencia con ataques contra ciudadanos o intereses israelíes o simplemente judíos. Anoche mismo se activó en Ámsterdam, una de las capitales de la Europa civilizada, donde grupos de violentos con origen en países árabes y musulmanes atacaron brutalmente a seguidores del Macabi de Tel Aviv que se habían desplazado a la ciudad holandesa para asistir al partido de su equipo contra el Ajax.
En el momento en que escribo este correo hay tres israelíes desaparecidos y varios heridos. Jerusalén ha enviado aviones para repatriar a sus ciudadanos y ponerlos a salvo.
Que, pese a su localización geográfica en Oriente Medio, Israel esté invitado a jugar en las competiciones deportivas europeas es una de las manifestaciones más claras de la civilización compartida que nos une al Estado judío. Durante muchas décadas, y gracias a los logros civilizatorios de la Europa de posguerra, los clubes israelíes podían disputar con seguridad sus partidos en el viejo continente, algo que no les estaba permitido en países fanáticos de su entorno en los que los jugadores y cualquier fan habrían sido linchados. Esto está empezando a ocurrir también en la Europa occidental islamizada, que ha llegado a suspender partidos con equipos israelíes por no poder garantizar la seguridad y ha obligado a esconderse a jugadores israelíes como el israelí del Granada Weissman, al que no se le permitió viajar a Pamplona tras el megapogromo del 7-O por miedo a que lo atacara la afición del Osasuna.
Israel sí puede jugar sus partidos sin problemas en la Europa central y oriental no islamizada. Cuando comenzó la guerra con Hamás, la selección nacional de Israel se exilió en una pequeña ciudad húngara para no haber de jugar en casa entre sirenas y bombas. Muy pocas ciudades de Europa occidental habrían podido ofrecer refugio a los israelíes. Los elementos más activos de las numerosas poblaciones de inmigrantes musulmanes que seguimos invitando a venir lo habrían impedido con sus amenazas en estrecha colaboración con los bienpensantes de izquierdas que defienden su venida y serán sacrificados también por sus actuales socios coyunturales cuando les llegue el momento.
En una muestra clara de su arrogancia, Europa occidental reprocha a su hermana -pobre pero cada vez más afortunada- oriental que no haya hecho penitencia de sus pecados de hace cien años y aún dedique ciertas calles a poetas antisemitas que coquetearon con los nazis o los fascistas. Pero la incontestable realidad hoy es que un judío está más seguro en una calle dedicada a Antonescu en Rumanía o a Bandera en Ucrania que al lado del memorial o el museo del Holocausto en París o en Ámsterdam.
Si Europa occidental no para su deriva hacia la supremacía violenta del Islam los clubes deportivos israelíes habrán de plantearse entrar en las competiciones de los países árabes amigos, cuyas calles ya son en algunos casos más civilizadas que las de nuestra Europa.