El problema español, la curiosa lógica occidental de la guerra y un rasgo recurrente de los pogromos
Ayer, a cuenta de las bromas cordiales contra el viejo poder imperial que les oigo hacer a muchos jóvenes hispanoamericanos cuando les digo que soy español, le dije a una amiga ucraniana cómo veo yo la cuestión colonial. Las conquistas española y europea en América, África y Asia, expliqué, no tienen nada de particularmente perverso y deben ser inscritas en la lógica natural que ha imperado hasta hace muy poco en el mundo en materia de relación entre pueblos. Le expliqué también que es absurdo asumir que fueron los europeos quienes trajeron la violencia y la opresión como forma de interacción a supuestas arcadias exóticas que no conocían el mal. Le hablé de la crueldad de los aztecas y de lo que se encontraron en 1897 los expedicionarios británicos a su llegada a lo que hoy es la ciudad nigeriana de Benín.
Esto nos llevo inevitablemente al tema de Palestina e Israel. Le dije lo que escribí ayer aquí tomando como patrón el discurso de Dan Schueftan. Me pareció haberla convencido, tanto de los primero, la falsa excepcionalidad y la mentira de la intrínseca perversidad del colonialismo occidental, como de la trampa que es la narrativa más extendida sobre Israel.
¿Qué tiene que ver esto con España? Que este tipo de razonamiento que entendió perfectamente mi amiga ya no funciona con la mayoría de jóvenes españoles. Años de formación general (no sólo educativa sino también mediática y ambiental) en el pobrismo más retorcido han destruido por completo la capacidad de generaciones enteras de juzgar con naturalidad. El progreso conseguido con la lógica de siempre que estas generaciones desprecian las protege, de momento, de pagar las consecuencias. Y así se explica que tengamos de ministra alguien del fuste intelectual de la vicepresidenta Díaz y que la parte seria de nuestro gobierno esté permitiendo la entrada de millares de ilegales mientras toda Europa se horroriza ante las marchas por Palestina en las que se canta el Allahu Akbar.
Desde el pogromo del 7-O, las milicias títeres de Irán han atacado a EEUU o a sus aliados en Oriente Medio en 23 ocasiones. La reacción de EEUU se ha limitado por ahora a destruir por la noche edificios y almacenes vacíos -en palabras del exdiplomático católico, dirigente de MEMRI e integrante del Foro de Madrid Alberto Miguel Fernández-, y a asegurar que dará una respuesta militar de verdad “en el momento y el lugar que nosotros elijamos”. La actitud de la administración Biden también se ha caracterizado por pedir contención a todas las partes para evitar una mayor escalda. Tanto con Rusia en Ucrania como en Irán, Estados Unidos y Europa van siempre a remolque y se niegan a asumir la responsabilidad que se requiere para dictar la evolución de los acontecimientos. La consecuencia es que el matón de turno -Putin en Ucrania y la Guardia Islámica Revolucionaria en el imperio terrorista que ha creado Irán- llevan siempre la iniciativa y son los que deciden si apretar o aflojar, si avanzar o descansar. Por supuesto entre sus preferencias nunca está retroceder y Occidente se repliega entre apelaciones vacuas a unos valores que pierden vigencia también en casa ante el auge de la masa reaccionaria que importamos.
Por último, una mención al intento de pogromo en Daguestán, la república rusa del Cáucaso norte de mayoría islámica donde una turba pro-palestina tomó el domingo por la noche un aeropuerto en busca de israelíes y judíos que esperaban encontrar en un vuelo procedente de Tel Aviv que acababa de aterrizar. Los pogromos y otras erupciones de ira popular contra el que destaca -porque, ¿es acaso otra cosa el antisemitismo?- suelen tener como víctimas a quienes más han hecho por la chusma embrutecida que quiere sangre. El boletín de la revista Tablet, The Scroll, cuenta hoy citando al canal de Telegram ruso-israelí Carmel News que entre los pasajeros del vuelo de Tel Aviv entre los que los antisemitas buscaban judíos había un grupo de niños daguestaníes que venían de recibir tratamiento médico en Israel.