Israel, el único país del mundo que ha querido ennegrecerse
Uman, Ucrania. Septiembre de 2023. Foto de Marcel Gascón
Un cierto discurso woke se empeña en presentar a Israel como un proyecto colonial racista continuador de la agenda supuestamente supremacista del imperialismo europeo en África y Asia.
Un mero paseo por las calles de cualquier ciudad israelí, por las que caminan vestidos de de civil y en uniforme israelíes de todas las tonalidades de la piel, bastarían para desmentirlo.
El Estado judío fue fundado por sionistas de las mismas comunidades ashkenazíes de Europa central y sobre todo oriental en las que nació y se desarrolló el propio sionismo.
Pero abrazó desde los primeros años del Estado a los otros judíos: aquellos que llevaban viviendo siglos en lo que podría llamarse la mitad oriental del mundo, con cuya población mayoritaria compartían rasgos físicos y culturales.
Buena parte de la narrativa antisionista se ha fijado casi exclusivamente al asomarse a este proceso en las tensiones que surgieron con la llegada al nuevo Estado de unas masas mizrajíes que (en muchos casos) apenas tenían experiencia en los usos, las costumbres y las formas de organización de las sociedades europeas como la que se había constituido en Israel.
Y es verdad que hubo desconfianza e incluso conatos de protesta violenta, y que muchos temieron que el país se sumiera en una cruenta guerra civil entre quienes exigían integración inmediata y los recién llegados que no querían, o no podían, dejar atrás todo su bagaje para cuajar en el ecosistema que les acogía.
En la condición de ciudadano de segunda que le espera a todo recién llegado sin herramientas para hacer avanzar a la sociedad que lo recibe muchos mizrajíes veían una humillación inaceptable motivada por el racismo.
Y la ira resultante era interpretada por la élite ashkenazí como arrogancia y falta de agradecimiento por parte de los desarrapados a los que habían salvado.
Las fricciones fueron limándose con la integración progresiva de los nuevos olim, que subieron un escalón clave a finales de los setenta de la mano de un aliado improbable, el judío nacido en Polonia Menájem Begin.
Ashkenazí prototípico de burguesas maneras (esto está inspirado en la expresión de taurinas maneras que gusta de usar un amigo de mi pueblo, Albert Barberá) a priori incompatibles con las de los judíos orientales a los que acabó redimiendo políticamente, Begin puso fin a su larga travesía en el desierto de la oposición en el Israel izquierdista de posguerra gracias al apoyo masivo de los judíos orientales.
El temperamento antimoderno de Begin y su apuesta por la religión y la identidad por encima de la ideología y el Estado como fines en sí mismos que definía a sus rivales en la Kneset le granjearon el favor electoral y el afecto de cientos de miles de israelíes poco dispuestos a sacrificar la tradición en el altar de la ciudadanía.
Y así, de una forma un tanto paradójica, el triunfo del ‘polaco’ Begin, como se le habría llamado de haber emigrado a la Argentina, consolidó a los mizrajíes como ciudadanos de la comunidad política de Israel.
La separación entre grupos étnicos no han dejado de diluirse desde entonces, hasta el punto de que algunos comentaristas, como el experto en seguridad nacional Dan Schueftan, consideren ya muy difícil hacer análisis sociológicos fundamentados en el origen ashkenazí y mizrají de los sujetos debido al elevado nivel de mezcla a través de matrimonios mixtos.
Las diferencias, sin embargo, siguen siendo palpables en la división populismo-élites que caracteriza el debate público israelí.
El deep state formado por jueces, altos funcionarios y militares de élite está aún dominado por judíos de origen europeo, y las masas votantes de la derecha nacionalista y religiosa todavía nutren sus filas de descendientes de los judíos que vinieron de Oriente.
Revelación sociológica en Uman
En septiembre del año pasado, con motivo del Año Nuevo Judío, visité la ciudad ucraniana de Uman. Allí está enterrado el rabino Najman de Breslov, una de las figuras más influyentes del judaísmo jasídico.
Decenas de miles de peregrinos acuden a esta ciudad de Ucrania central para que el rabino más new age del judaísmo ultraortodoxo interceda por ellos en la corte del cielo que determinará la suerte de cada uno en el año que llega.
Entre la marabunta de judíos varones de todas las edades, procedencias y condiciones que desafiaron a las dificultades logísticas (no hay vuelos a Ucrania por miedo a que los derriben los misiles rusos) y a las recomendaciones de las autoridades de Jerusalén y Kiev para que se quedaran en casa conocí a un judío de origen yemení natural de Netania que vivía en los llamados territorios ocupados.
No se había mudado allí para contribuir a la recuperación de las tierras que Dios legó al pueblo judío, sino por motivos económicos: para poder permitirse una casa más grande en la que pudieran vivir desahogadamente su mujer y el hijo que tuvieron, después su primera visita a Uman y tras años de intentos infructuosos, gracias a la intercesión del rabino Najman.
Me dijo que trabajaba en la empresa eléctrica nacional, y me habló pestes de la élite israelí que se preocupa más por los árabes que por judíos como él y quiere cambiar lo que gente como él vota en las urnas con estratagemas judiciales y mediáticas encaminadas a derrocar a su líder Netanyahu.
Después por teléfono, amigos judíos de extracción puramente europea me hablaron pestes de los peregrinos de Uman. En términos, he de decir, que se parecían mucho a los de los antisemitas cristianos que sólo ven la basura que dejan, los abusos alcohólicos y la afición a las putas de algunos de los judíos religiosos que acuden cada año a la tumba de Najman en Uman.
Pero por detrás de estas acusaciones cruzadas, permítanme terminar el artículo con una apreciación mucho más objetiva. Al escribir entonces sobre la pequeña Jerusalén que vi en Uman subrayé que los judíos -masacrados varias veces por las fuerzas antisemitas que mandaban por mayoría o poder en la región- volvían a dominar por un día la zona.
Pero no dije por falta de espacio que los judíos que hoy se adueñan de Uman una vez al año por Rosh Hashaná son por lo general unos judíos muy distintos a los que conocieron al rabino Najman y poblaron la región antes del Holocausto.
La alegre muchachada (no siempre joven) mayoritariamente israelí que hoy llena la mortecina Uman de alegría y de fe tiene, de media, la tez mucho más oscura que la de los judíos que marcaron la vida de este lugar hace menos de cien años.
En un mundo en el que hasta los antirracistas negros querrían ser más blancos de lo que les ha tocado, Israel es quizá el único país que ha apostado activamente por ennegrecer el tono de piel de su población.