Kiev y Jerusalén contra el eje del mal transcontinental
Ucrania fue uno de los países del mundo que condenó con más contundencia la masacre terrorista del 7-O. El mensaje que salía de Kiev equiparaba a Hamás con Rusia (cuyos soldados también torturaron, mataron e incluso violaron, aunque sin la voluntad sistemática de los islamistas, en lugares ocupados como Jersón, Izium o Bucha) e insistía en que los dos actores forman parte de una misma alianza que tiene como centro de gravedad a Irán.
Al igual que con Rusia, repetían desde la administración de Zelenski, la fuerza era con Hamás la única respuesta. No se negocia con terroristas y el mundo libre y civilizado sin excepción debe estar unido ante el terror.
En una de sus declaraciones más potentes sobre la cuestión, el 12 de octubre, Zelenski dijo: “Mi recomendación a los líderes (del mundo es) que vayan a Israel y apoyen a la gente. No estoy hablando de ninguna institución, sólo de apoyar a la gente que ha estado bajo ataques terroristas”.
Fue una declaración a periodistas a su entrada a la sede de la OTAN en Bruselas y no hay que abusar del análisis semántico. También porque Zelenski habla a menudo atropellado, en una lengua que no domina plenamente como en inglés y también en ucraniano, y no conoce mucho de los matices de la política. Pero, sin asumir que lo dijera con intención, el comentario de que el apoyo que pedía era a “la gente” y no a “las instituciones”, me pareció desafortunado. ¿Cómo se habría tomado él un apoyo a Ucrania despolitizado, que no incluyera solidaridad con su administración y con el Estado?
Según dijo la prensa israelí en esos días, Zelenski quiso cumplir él mismo con su recomendación y visitar Israel junto al secretario de Estado Blinken de EEUU, pero Netanyahu lo rechazó por “no ser el momento”. De ser verdad esta filtración, esto no habrá contribuido a mantener el entusiasmo ucraniano por la causa de Israel, como no lo habrá hecho que Israel optara ante la invasión rusa por una cuasi-equidistancia que molestó mucho en Kiev, aunque obedeciera a razones pragmáticas muy entendibles.
La interpretación inicial ucraniana sobre la guerra que se abría en Oriente Próximo fue adoptada plenamente por Biden en el discurso del Despacho Oval en el que anunció que pediría al Congreso financiación para ayuda militar a Ucrania e Israel en un mismo paquete legislativo. Ucrania aplaudió el discurso de Biden. Pero muchos vieron en la decisión de Biden, y también en la respuesta de Kiev, una maniobra para conseguir el apoyo de los republicanos proisraelíes pero contrarios a seguir mandando ayuda a Ucrania, más que una prueba sincera de que la administración demócrata vea Gaza y el este de Ucrania como dos frentes de una misma guerra.
Con el comienzo de las operaciones israelíes contra Hamás en Gaza, en los mensajes de la presidencia y el Gobierno ucraniano el énfasis empezó a desplazarse de la defensa del derecho a defenderse de Israel a la necesidad de buscar una desescalada y evitar una expansión del conflicto que dificultaría aún más el suministro de armas a Ucrania por parte de EEUU. Uniéndose al habitual coro internacional, Ucrania llamaba también a evitar muertes civiles, y lo hacía sin dirigirse expresamente a quien busca provocarlas, a Hamás.
Antes incluso de que se materializara este cambio en el discurso, el Ministerio de Exteriores de Kiev se reafirmaba, en la línea de sus socios europeos y también de Biden, en reafirmar su apuesta por un proceso de paz que lleve a la creación de un Estado palestino como una salida al conflicto. (¿Un proceso de paz con quién? ¿Con los genocidas de Hamás? ¿O con Fatah y su Autoridad Palestina, que desaparecería en favor de Hamás a los pocos días de una eventual retirada de Israel de sus territorios?)
Estas declaraciones públicas han ido jalonadas de contactos de Zelenski con líderes árabes y musulmanes, a los que Ucrania lleva muchos meses cortejando para reducir la influencia rusa en sus regiones y ganarse su apoyo, si no militar diplomático, económico, humanitario y político.
Uno de ellos fue el rabiosamente anti-Israel y anti-occidental Erdogan (aunque antes de su salida más virulenta ayer), a quien Kiev mima, entre otras cosas, por su apoyo a las aspiraciones ucranianas de recuperar Crimea. De la península ocupada por Rusia es originaria una minoría tártara, musulmana y de origen túrquico, muy maltratada por Moscú. En parte para ganarse el favor (siempre condicional y cambiante) de Erdogan, el bienestar y la protección de la identidad de los tártaros se han convertido en una de las prioridades de Kiev, que nombró recientemente ministro de Defensa a un tártaro hablante de turco con estrechos lazos con Ankara.
Zelenski también ha hablado en estos días con los líderes de Arabia Saudí y Catar. Este último es el gran mecenas de Hamás y parece estar especializándose en el tráfico de rehenes. La mediación catarí permitió hace unos días el retorno de Rusia de cuatro niños ucranianos deportados por los rusos de los territorios ocupados. Catar ha mediado también para la liberación de los cuatro rehenes de Hamás que han sido liberados hasta ahora.
Como era de esperar, el presidente ucraniano privilegió en estas llamadas las apelaciones a la desescalada y la protección de civiles, y no la lucha contra el terrorismo o la defensa de la democracia, ni siquiera del orden, frente a enemigos monstruosos como Rusia, Hamás o Irán.
La propia evolución del discurso de Kiev demuestra que las guerras de Gaza y Ucrania están lejos de ser, por el momento, dos frentes abiertos de la misma guerra global.
Buena parte de los mismos socios europeos de Kiev, empezando por la antiisraelí España, están lejos de compartir el planteamiento enunciado por Biden en su discurso sobre las guerras en Ucrania y en Gaza.
Irán arma a Rusia y a Hamás. Sus milicias atacan bases de EEUU desde Irak y sus líderes celebran la masacre en Israel de ciudadanos occidentales entre llamamientos a la Yihad, pero la administración Biden y la Unión Europea están por dar muestras de estar dispuestas a renunciar a sus intentos de seguir cooperando con el país que se está convirtiendo en el eje fundamental de la nueva entente antioccidental.
Occidente aísla a Putin y le llama criminal de guerra. Declara paria a todo el que presenta objeciones desde la derecha y al mismo tiempo cuida y riega de millones a los socios de Putin en Oriente Medio e Hispanoamérica.
Ucrania e Israel están en el mismo barco, aunque muchos no quieran verlo en Kiev y en Jerusalén. Se enfrentan a integrantes de una misma alianza transcontinental cada vez más perfilada que tiene su razón de ser en el odio a Occidente. Pero, una vez más, como ya ocurrió con Putin, Europa y Estados Unidos no aceptarán la realidad hasta que no hayan de pagar directamente las consecuencias.