La luz de Israel: un fin de semana en Moldavia
En el centro, de negro, la abuela de Nikolay Moshkovets, que es el chico de gris que camina a su derecha.
He pasado el fin de semana en Chisinau, la capital de Moldavia, hablando con mujeres que han llegado al país huyendo de la guerra de Putin contra Ucrania y con voluntarios que les ayudan a pasar el trance. Como me recordó Mario Noya por WhatsApp mientras viajaba en autobús hacia la frontera, Chisinau, en rumano, o Kishinev, en ruso, como la siguen llamando la mayoría de los judíos del antiguo Imperio zarista, es un lugar importante para la historia judía.
"[24/03, 22:57] Mario Noya: El pogromo. La aliá fundamental posterior al pogromo.
[24/03, 22:57] Mario Noya: Lieberman"
A las pocas horas de llegar fui a ver la sinagoga central de la ciudad, Agudat Israel. Frente al precario edificio me llamaron la atención unas tiendas de campaña verdes con el cartel de Hatzalah (rescate en hebreo) Unido y una multitud de israelíes vestidos de naranja entrando y saliendo del recinto entre rabinos de gesto intenso y mujeres refugiadas con sus hijos.
Como me explicaron los mismos voluntarios, Hatzalah es una organización sin ánimo de lucro fundada en 2006 por Eli Beer que cuenta con miles de voluntarios en Israel. La idea de Hatzalah, me dijo uno de sus miembros, es que todo el mundo en Israel sea asistido en caso de urgencia en un máximo de 90 segundos. Para ello cuentan con un sistema de geolocalización parecido al que usa Uber que avisa a los cinco voluntarios que se encuentran más cerca de la persona necesitada. Todos los voluntarios han recibido cursos de primeros auxilios y llevan siempre en sus coches un equipo para aplicarlos.
Desde que Putin se lanzó a la conquista de Ucrania, una parte de esos voluntarios israelíes han viajado a los países fronterizos con Ucrania para asistir y tratar a los refugiados en la frontera y ayudarles a llegar a su lugar de destino. Mientras yo hablaba con los voluntarios -entre ellos un antiguo mando del ejército que se ha encontrado en Chisinau con un antiguo soldado que también hace voluntariado- ha llegado a la sinagoga un microbús procedente de Cerniguiv con trece personas a bordo. Uno de ellos era Nikolay Moshkovets, un adolescente relajado y amable que ha huido de su ciudad con su abuela después de semanas durmiendo en refugios para estar a salvo de los bombardeos rusos.
Con Nikolay he podido entenderme en inglés, pero no con su abuela Larisa. Como no sé ucraniano ni ruso lo hemos intentado en hebreo. "Yo hablo ktsat ivrit (un poco de hebreo)", a lo que ella ha respondido que "gam ktsat ivrit", que también habla un poco de hebreo, y así ha podido explicarme que lo aprendió trabajando de limpiadora en Jerusalén, nueve años, que su marido era judío y murió hace años y que quiere establecerse con su nieto Nikolay en Israel, donde tiene amigos. Me ha hecho especial ilusión sacarle por primera vez provecho a mis estudios de hebreo.
Entre los llegados de Ucrania estaba también Vlad, un joven de doble nacionalidad ucraniana e israelí que trabajaba de cocinero en un restaurante israelí de Odesa y también habrá volado ya a Israel en uno de los aviones que Hatzalah le alquila estos días a Air Moldova con el dinero que recauda de donaciones. Como todos los judíos ucranianos con los que he hablado, Vlad me ha dicho que es una patraña de Putin lo del antisemitismo en Ucrania. En Odesa hay escuelas judías, sinagogas y restaurantes kosher. Y no hay ninguna razón para tachar de antisemita a la sociedad ucraniana. Vlad se va a Israel pero quiere volver. "Es mi ciudad y es donde tengo mi vida, mi familia, el piso que me he comprado".
Una vez más, el espíritu israelí me revitaliza y me inspira, me da optimismo y me anima a ser mejor y a abrazar la realidad y sacar lo mejor que se pueda de ella. Cuando hablaba con uno de los voluntarios, otro chico de Israel ha venido hacia nosotros y le he alcanzado un billete de unos pocos leis moldavos. Instintivamente, me he dado la vuelta y he extendido la mano para cogerlos, como si el dinero hubiera sido para mí. "Perdona, ha sido un acto reflejo", le he dicho riéndome, a lo que me ha contestado siguiendo la broma: "No lo pierdas, es un buen reflejo".
Acabo de pasar la frontera y escribo desde el autobús, con una señora moldava que habla por teléfono en rumano de casas, limpieza, dinero y paquetes de comida para familiares. Es fastidiosa, dolorosa, frustrante e insoportablemente prosaica. En Twitter veo a Sal Emergui informar de la cumbre histórica de primeros ministros en el Neguev: USA, Marruecos, Egipto, Emiratos, Bahréin y la anfitriona Israel. Y leo también del atentado en Hadera: dos policías asesinados y al menos seis heridos ametrallados por dos terroristas del ISIS.
Los israelíes viven permanentemente expuestos a la calumnia y a los zarpazos criminales de la envidia y el odio. Y sin embargo no renuncian a seguir siendo ellos. No se repliegan y continúan afirmando su entusiasmo, su creatividad y su energía para hacer de este mundo un lugar mejor, para ellos y para todos, incluidos los que les odian.
Por qué, conociendo su ejemplo, habríamos de resignarnos nosotros a la mezquindad, o emponzoñarnos de rabia, con la excusa de las cosas desagradables con las que nos cruzamos?