Moti Kahana y su tío Tuvia
El primer ministro de Israel Naftali Bennett viajó durante el pasado shabat a Moscú para reunirse con Vladimir Putin. Bennett honraba así las demandas para que Israel ejerza de mediador entre Moscú y Kiev. El de Israel es uno de los pocos gobiernos que mantiene buena relaciones con Rusia y Ucrania. Bennett voló después a Alemania para entrevistarse con el canciller Scholz. Desde entonces ha hablado varias veces por teléfono con Zelenski y Putin. Nada ha trascendido del contenido de las entrevistas o los contactos.
Escribo este correo de Israel desde una pensión de Suceava, a pocos kilómetros del paso de Siret, en el lado rumano de la frontera con Ucrania. A Siret llegan cada miles de mujeres ucranianas con sus hijos. Son sin excepción gente educada, sobria, sufrida, razonable y práctica. Personas sin vocación de víctimas y poco amigas del patetismo que dejarán de ser refugiadas en unas semanas y serán una bendición allá donde vayan. “Son mujeres acostumbradas a trabajar y ganarse la vida y les es difícil aceptar ayuda”, me decía uno de los numerosos voluntarios rumanos (en este caso una mujer que trabaja en una empresa de informática y ha venido desde Bucarest) que ofrecen comida, transporte y alojamiento en sus casas a los desplazados de Ucrania.
La primera carpa que los refugiados se encuentran al cruzar la frontera es la del American Jewish Joint Distribution Committee, conocido popularmente como el Joint. Junto con la Federación de Comunidades Judías de Rumanía, el Joint ofrece comida y asistencia para llegar a su destino a los refugiados ucranianos que llegan, principalmente a los judíos. Frente a la carpa del Joint habla con una tele un hombre de complexión militar. Me paro cerca de la cámara y al escucharlo un rato descubro que es Moti Kahana, el empresario y filántropo israelo-americano que sacó de Afganistán a Zebulon Simentov, más conocido como el último judío de Afanistán. Antes de extraer a Simentov -y a centenares de afganos anónimos-, Kahana había liderado misiones de rescate en Siria e Irak. Ahora trabaja para ayudar y poner a salvo a quienes huyen de la guerra de Putin contra Ucrania.
Con Moti Kahana en la frontera. Foto de Robert Ghement
Según me cuenta él mismo en la carretera que conecta el pueblo de Siret con la frontera, Kahana se hizo rico al vender en 1999 a Hertz su empresa del sector del alquiler de coches, Automoti. Con el dinero que sacó, este emprendedor en serie se compró una hacienda en Estados Unidos en la que pensaba dedicarse exclusivamente al campo. Pero Dios ha tenido hasta ahora otros planes para él. Kahana comenzó a ayudar en catástrofes humanitarias haciendo donaciones a las oenegés. “Pero al ver que una de ellas se gastaba el dinero en billetes de avión en primera clase decidí ayudar yo mismo”. Llegó la guerra de Siria y en Israel le buscaron para rescatar a desplazados. Se dio cuenta de que lo hacía bien y se implicó también en Irak y Afganistán. Para ello fundó GDC, una empresa que ofrece servicios logísticos y de diplomacia humanitaria a oenegés. “A mí no se me da bien recaudar dinero, sino organizar, hacer que las cosas pasen, y decidí ocuparme de eso y dejar que las oenegés recauden el dinero”. “Creo que es más efectivo que las oenegés subcontraten su trabajo a gente que conoce los distintos sectores; por ejemplo, que paguen a una empresa de autobuses para que se ocupe del transporte.”
Kahana está en la frontera rumano-ucraniana trabajando para el Joint, para el que compra alimentos y otros bienes de primera necesidad que después distribuye entre los refugiados a ambos lados de la frontera. “Al ser una empresa estadounidense, normalmente me intentan cobrar más, pero aquí es diferente; los vendedores insisten en hacernos precios reducidos y mucha gente no quiere cobrar por su trabajo", dice Kahana, que no ha encontrado en Rumanía el oportunismo entre las autoridades que ha visto en otros países. “El pueblo rumano está demostrando tener un corazón inmenso”.
Tuvia Zejter. Foto de Robert Ghement
Rumanía es un país especial para Moti Kahana. En Iasi y Bucarest nacieron sus padres. Y en Radauti, a menos de 20 kilómetros de Siret, vive su tío, Tuvia Zejter. Cocinero de profesión, el jubilado Zejter fue el primero en saber que Moti venía a trabajar a Rumanía. Su sobrino le pidió que se movilizara y Tuvia guisa ahora hasta 30 calderos al día de borscht para los refugiados que llegan. “Todos, desde los policías a los bomberos, quieren comer aquí”, me dice sacando pecho antes de ponerse a repasar su trayectoria de cocinero en la policía de Israel y en un hotel de Suiza.