¿Podrá Israel acabar con Hamás?
Hablaba ayer aquí del apoyo cada vez más matizado que Israel recibe de muchos de sus socios. ¿Le darán tiempo al Tsahal a acabar con Hamás? ¿Aceptará bajo presión Israel un desenlace distinto a la liquidación del régimen (y del grupo) terrorista en Gaza? Dependerá en gran medida de Estados Unidos.
A diferencia de Trump, que lo hizo muy bien cuando tuvo el poder pero habla como un auténtico imbécil cuando no es el protagonista en este tipo de crisis, Biden está haciendo discursos de auténtico estadista con sus contundentes mensajes de apoyo a Israel. Parece un político americano de los años noventa, de antes de que todo lo infectará la peste woke. Ojalá la política occidental volviera a parecer a esos discursos de Biden, que nos acercan a las prioridades y las certezas que tantas décadas de seguridad nos dieron a los occidentales. Pero, como la había también en el ideario del mainstream antes de que todo cambiara, hay en el discurso de Biden una coletilla inquietante (que comparte naturaleza con las concesiones al sentimentalismo, cuando no a la pura manipulación comunista que en Occidente sobrevivió a la Unión Soviética, que acabaron abocándonos al sinsentido woke).
The Scroll, el magnífico boletín diarios de noticias de la revista Tablet, trae hoy unas declaraciones de Amos Harel, columnista del diario izquierdista Haaretz, en el que se advierte de esto. Escribie Harel sobre el viaje de Biden que el presidente de EEUU viajó a Israel “con dos mensajes aparentemente contradictorios desde el punto de vista israelí”. “Que apoya la destrucción de Hamás pero se opone a la ocupación de Gaza”. ¿Y cómo se destruye Hamás, con sus mil escondrijos entre civiles y su laberinto de túneles subterráneos, sin ocupar Gaza?
En un artículo para su instituto, Memri, Yigal Carmón plantea una perspectiva de futuro muy diferente a la que desea Biden para Gaza. Este antiguo asesor para el contraterrorismo de los primeros ministros Shamir y Rabin da por muertas las premisas que Israel consideraba aceptables para hablar del proceso de paz con los palestinos antes del 7-O. “No queda ninguna posibilidad de llegar a un acuerdo con ningún actor palestino”, afirma. En parte porque “Ningún israelí aceptará poner su seguridad en manos de los árabes”, escribe Carmón en una referencia que va más allá de los palestinos. Pues además del pogromo está la reacción al pogromo, que ha sido celebrada con fruición en todo el mundo árabe: “De los 150 millones de árabes que hay en el mundo, sólo dos o tres musulmanes liberales han hablado públicamente contra Hamás”. “El corazón de las masas está con Hamás”.
Volviendo a Gaza, Carmón anticipa la conversión de la franja en “un gran campo de refugiados” en el que nadie podrá atacar Israel sin ser bombardeado. En las próximas décadas Israel no permitirá que se construya nada en la franja que comprometa su seguridad y su capacidad de controlarla (desde fuera) para evitar que lo haga.
Carmón rechaza una incursión terrestre israelí, pues por el complejo sistema de túneles construido por Hamás (con financiación catarí, insiste, que Netanyahu dejó entrar pensando que compraría a los terroristas) sería una trampa mortal para los soldados.
Sobre la cuestión de los rehenes pide a Israel ofrecer la liberación de todos los presos de Hamás a cambio de su retorno. Es, dice, la obligación moral del Estado con ellos y con sus familias.
¿Acertará Carmón en sus predicciones? Imposible de saber por ahora. Pero ya acertó con la previsión de que estallaría esta guerra y alertó hace ya años de que Hamás preparaba una masacre como la que acabó cometiendo.