Por los caminos verdes
La ministra de Energía de Israel, Karine Elharrar, anunció el miércoles que no aceptará las recomendaciones del comité interministerial del anterior gobierno para política gasística, que abogaba por seguir buscando gas natural y acelerar nuevos procesos de extracción y exportación antes de que otros países renuncien a esta energía. “El gas puede esperar”, dijo ayer la ministra, que se comprometió a no otorgar más licencias de prospección en el Mediterráneo. En un discurso lleno de eslóganes y jerga ecologista, Elharrar dijo que 2022 sería “el año de las energías renovables”. “El año que viene nos centraremos en el futuro, en la energía verde, en el ahorro de energía, y mientras hacemos eso aparcaremos la cuestión de expandir el desarrollo del gas natural, que, como sabemos, es un combustible de transición”, declaró la ministra durante una conferencia dedicada a las energías alternativas. Según el comité de especialistas desautorizado por la ministra, Israel podría perder más de 70.000 millones de dólares si no se apresura a extraer y exportar más gas natural del Mediterráneo mientras aún exista demanda. El comité, que sacó sus conclusiones (junio 2021) antes de que fueran visibles las consecuencias de la actual crisis energética, estimó la demanda internacional de gas podría desaparecer en un plazo de entre 20 y 25 años. (La política de exportaciones propuesta por el comité fue criticada por el geólogo que descubrió el yacimiento de gas más grande de Israel, Yossi Langotsky, al considerar que el país debe garantizar su seguridad energética antes de aumentar las ventas a otros países.) La apuesta de la ministra Elharrar por las renovables se produce cuando buena parte de los países industrializados reculan en sus políticas verdes y se plantean volver a recurrir al gas y las nucleares ante lo insostenible de los nuevos modelos. Adoptar una imagen más cool en asuntos climáticos es una de las cartas con que el nuevo gobierno de Israel quiere seducir a Estados Unidos y otros gobiernos occidentales de izquierda (declarada o no) después de años de ostracismo entre los bienpensantes con Netanyahu, que nunca pareció demasiado preocupado en librarse del estigma de populista e iliberal. En este editorial sobre la participación de Bennett en la cumbre climática internacional celebrada en noviembre en Glasgow, Lazar Berman advertía del coste para los israelíes de las promesas y políticas verdes con que el primer ministro buscó la aceptación de colegas, filántropos y medios de comunicación extranjeros. Mientras Bennett volaba a Glasgow, escribió Berman, en Israel entraba en vigor un impuesto al plástico que doblaba el precio de los platos y los cubiertos desechables, un duro golpe, por ejemplo, para unas familias numerosas ultraortodoxas que tienen muchos platos que fregar y poco dinero para comprar lavavajillas. Berman también advirtió de que la apuesta por las renovables del nuevo gobierno podría encarecer aún más la vida en Israel. El primer ministro Bennett es un político religioso y de derechas nacido y formado en Estados Unidos, y ha sido siempre despreciado por la sociedad progre que ahora le ha encumbrado a la jefatura de este gobierno frankenstein anti-Netanyahu. En su artículo, Berman habla del movimiento climático como de una nueva religión (vean la foto de la sacerdotisa Greta incrustada en el texto), y alertó del “celo del converso” (a la religión climática) que percibió durante la cumbre de Glasgow en el primer ministro Bennett.