Una estatua de Putin en Bruselas
Putin durante la inauguración 2013 en Seúl de una estatua del poeta ruso Alexander Pushkin. Foto: Ministerio de Cultura de Corea del Sur/Wikimedia Commons.
Más allá de la tragedia que es la guerra, la agresión de Putin a Ucrania puede cambiar la historia para bien en formas que hasta hace unas semanas nos hubieran parecido películas. Escribe Dan Schueftan en Israel Hayom: “Desde la perspectiva de los Estados democráticos, sus efectos inmediatos y los fenómenos físicos y humanos a corto plazo producen espanto e indignación, pero, a largo plazo, sus consecuencias para nuestra conciencia prometen favorecer la posibilidad de un futuro mejor para quienes han optado por una vida en libertad y están dispuestos a defenderla.” La guerra de Putin contra Ucrania, escribe Schueftan, “es un toque de corneta para quienes se habían vuelto adictos a una ilusión de paz en el mundo que exime a las democracias de la obligación de luchar y disuadir a sus enemigos por la fuerza”. Schueftan también habla del principal motivo de la agresión continuada de Putin contra Ucrania. Mientras un amplio espectro de la sociedad rusa se acomodaba a las tinieblas de un régimen autoritario que no les ofrece más grandeza que la retórica -“la misma combinación de un ejército grande y poderoso con una economía atrasada y el abandono social que corroyeron a la Unión Soviética”-, “millones de eslavos con profundos lazos históricos con Rusia se decantaron en 2014 por un presidente que les prometía una vida mejor y libertades al estilo occidental en detrimento del títere de Rusia.” La “elección como presidente de un novato en política como Volodymyr Zelenski demostró la estabilidad de este cambio de tendencia” que “horroriza” a Putin, que “entendió el mensaje subversivo” que le enviaba el ejemplo ucraniano: “Si los cuasi-rusos en Kiev triunfaban, sus hermanos en Moscú bien podían optar también por la libertad y la calidad de vida frente a cuestionables sueños de grandeza.” La invasión de Ucrania por parte de Putin, continúa Schueftan, “se debe más a su miedo de que ésta consiga un nivel de vida propio de la UE que de que se una a la OTAN”. Su elección de los momentos para atacar no puede entenderse sin atender a la flacidez de los presidentes demócratas (primero Obama y ahora Biden) y a la “adicción” al gas ruso de la Europa acomodada y buenista. Pero la historia no es un cuento con final cerrado y Putin ha encontrado en el Occidente esclerótico que tanto desprecia una respuesta inesperada. “El trauma del nazismo fue necesario para que los proponentes de las libertades individuales” fueran conscientes de la necesidad de defender la democracia con el poder disuasorio de los ejércitos y las armas. “El trauma provocado por Putin en Ucrania ha resultado ser la condición necesaria” para que Occidente vuelva a dar importancia a su defensa. “En la sede de la OTAN en Bruselas debe erigirse una gran estatua de Putin”.