Una estrella de David en la calle de Jmelnitski
Bajo esos hangares altísimos cubiertos por techos de hojalata en los que un verano barrí el suelo y pinté tanques vestido de verde olivo, los israelíes se preparan para ir a la guerra. Estamos en medio de dos de las fases post 8-O que describió la misma noche de la infiltración el reservista de las Fuerzas de Defensa de Israel Jonathan Cornicus, que ha sido movilizado para contribuir en el frente de la información. Termina, en un tiempo récord, la movilización, y pronto empezará la operación terrestre en Gaza.
Aún no hemos entrado, pues, la fase más cruda de la guerra. Pero buena parte de los medios llamados de referencia ya se han olvidado de las terribles imágenes de secuestros, ejecuciones, humillaciones, asaltos a casas y cadáveres apilados y exhibidos por las calles con signos de violencia sexual para centrarse en el que es su tema: el sufrimiento de los palestinos. Se acusa a los israelíes de encerrar a los gazatíes en un matadero, como si Israel pudiera abrir su frontera al territorio desde el que entraron las bestias de la masacre del sábado. Y se olvida convenientemente que Gaza tiene otra frontera, con un Egipto que se niega a abrirla para que salgan los civiles que nada tienen que ver con Hamás.
Vuelven a recordarse las condiciones de miseria en que viven los palestinos en la franja, como si eso explicara el sadismo de los terroristas. Y por supuesto se evita mencionar al culpable. Bastaría esta pregunta para encontrarlo: si Gaza recibe miles de millones de euros de asistencia cada año, ¿por qué no tienen infraestructuras y servicios decentes? ¿Adónde va a parar el dinero? Sin duda a construir otro tipo de infraestructuras, en las que Hamás -y en menor medida la Autoridad Palestina- no deja de innovar para seguir matando israelíes.
La Unión Europea ha abierto finalmente los ojos a esta realidad que en España viene denunciando desde hace años ACOM. Bruselas se plantea cortar el grifo y revisará su los fondos que destina a ayuda al desarrollo de Palestina. La pregunta a la que habrá que responder es qué ayuda a desarrollar ese dinero. Cuatro países se oponen a una congelación de los fondos. Entre ellos, y no es una sorpresa, está España, que lucha con otro de los que han puesto el veto, Irlanda, por el título de país más israelófobo (¿y antisemita?) de Europa.
Ninguna atrocidad, por salvaje y evidente que sea, puede conmover a los implacables fiscales de Israel. Ninguna similitud -en las aspiraciones, las esperanzas, los miedos o el estilo de vida, como la que reflejan los hogares occidentales profanados desde donde los terroristas retransmitieron sus asesinatos en directo desde los teléfonos móviles de las víctimas- puede acercarles a los israelíes. Se hace muy difícil no ver aquí algún tipo de odio especial, ancestral, incondicional. Se hace muy difícil no ver aquí el viejo, obsesivo y recurrente antisemitismo.
Hablando de pogromos y viejo antisemitismo, ayer cené en un pub de la calle de Bogdan Jmelnitski de Kiev. Jmelnitski fue un líder cosaco que la Ucrania de hoy reivindica como uno de sus padres fundadores. Además de guerrear (y de cooperar) con su ejército de hombres libres contra dos imperios, Jmelnitski dirigió rebeliones que se saldaron con pogromos masivos. Decenas de miles de judíos que vivían en el siglo XVII en el territorio de la actual ucrania fueron arrasados por las hordas del caudillo cosaco. Aunque ellos no tenían teléfonos móviles, su comportamiento no debió de ser muy distinto del de los terrorista de Hamás este sábado.
Jmelnitski es hoy uno de los santos del panteón nacional ucraniano. En sus hagiografías no hay espacio para los pogromos que propició. Y, sin embargo, una bandera de Israel ondeaba ayer con total naturalidad en la calle que tiene dedicada en el centro de Kiev. ¿Adónde quiero llegar con esto? A que, si bien la manipulación de la historia es una práctica tóxica, no debemos pecar de un exceso de literalidad a la hora de interpretar los símbolos, y sí prestar atención a las acciones y posicionamientos de quienes los exhiben, y a sus efectos. Si lo hacemos veremos que hay mucho más simpatía por el judío de carne y hueso vivo en una pequeña ciudad húngara donde el alcalde acaba de erigirle un busto a un poeta nacionalista que hacía versos antisemitas que en muchas plazas españolas u occidentales dedicadas a las famosas “Tres Culturas” o la Resistencia Francesa.